miércoles, 25 de mayo de 2011

El de los profesores hipócritas.

Sí, bueno. No creo que muchos de los que lean este blog estén felices con el título de esta entrada, pero hey, ¡deben leerla para entender!

Esto comienza con una anécdota que acaba de pasar. Carlos, nuestro profesor de Literatura, el que nos evalúa este blog y nos tortura psicológicamente para que escribamos cada segundo que podamos es un vivo ejemplo de profesores hipócritas. Es como el cuento ese de que, al menos muchos de mis compañeros y yo, JAMÁS (nótese el uso de mayúsculas y negritas) hemos visto a un profesor de deporte haciendo deporte. Carlos debía escribir un texto para esta semana, que es la Semana de la Lectura, con el fin de publicarlo en Pro Da Vinci junto a nuestros textos de la infancia (sí, aún esos textos siguen rodando por ahí). Resulta ser que por estar pendiente de cualquier otra cosa, el escritor se olvidó de escribir, y ahora está en duda la publicación de nuestro trabajo.

Oh, profesores. Profesores hipócritas en todos lados. Profesores que nos mandan a correr mientras se ocupan de esconder unas buenas panzas bajo las anchas franelas Dri-fit, o profesores que nos exigen puntualidad en la entrega de trabajos, pero pueden tardarse cuanto quieran en las correcciones. Disculpen, señores, sabemos que tienen cosas que hacer además de leer incoherencias que escriben adolescentes medianamente incultos, pero nosotros también tenemos más opciones para el viernes en la tarde distintas de un ensayo de 2000 palabras sobre temas que (muy posiblemente, con el corazón en la mano, duélale a quién le duela) no nos interesan, y que si nos interesan, tal vez no nos sirvan después de que salgamos de la época de reuniones donde cada uno se cree más que el otro y puedes alardear sobre tus "conocimientos" en filosofía suprarrealista.

Un saludo a todos los profesores hipócritas.

Con amor,
Bea.

De la piedra del mar.

Francisco Massiani logra abrirnos una ventana a la época dorada de Caracas. Esas calles transitables, con lugares de entretenimiento sanos y otros no tanto. Piedra de Mar es una novela con un lenguaje simple, un lèxico con el que estoy segura que muchos jóvenes a lo largo de los años se han sentido identificados. No es simplemente una historia, es un viaje en el que todos nos embarcamos por lo menos una vez en la vida.

Vemos como Corcho vive sus días como un adolescente un poco alejado de lo que serían las buenas costumbres, pero aún así tiene sentimientos muy puros y sinceros en cuanto a sí mismo y los demás. Buscando el amor no correspondido de Carolina, esa niña de ojos bonitos y un cuerpo que todos desearían, Corcho pasa unos malos momentos y otros que disfruta hasta el instante en el que recuerda a su amor. Tiene aventuras, hasta relaciones con otras mujeres, vive en un mundo sin restricciones, donde puede beber y hasta fumar marihuana sin que alguien lo detenga y todavia se siente solo, siente que nada es suficiente.

Empieza a escribir una novela. Le gustó la idea, trató de hacerlo en serio, pero expresaba su forma de ser en esas palabras que tipeaba, y él no era nada serio. Lo único que Corcho realmente deseaba era que Carolina lo quisiera, que deje de fijarse en todos esos amigos que la rodean, que deje de caer en sus tontas trampas de "amor", esos cortejos baratos que no tienen sentido ni valor emocional.A veces eso es lo que todos deseamos, ¿no? Que la persona que nos gusta nos haga caso a nosotros, que somos quienes de verdad lo queremos y que deje de chocarse contra esas paredes de amor inalcanzable en los que siempre parecen estar metidos.

Después de mucho golpearse él mismo, Corcho consigue el amor en Kika, una muchacha bastante extraña, que desde el principio tuvo la atención de Corcho (aunque nunca tanto como Carolina, claro está). Kika no tiene mucho papel en la novela, de hecho, aparece muy poco incluso al final. Esto es un poco confuso para mí, que al final el protagonista termine enamorado de un personaje que casi no hemos conocido, y que honestamente parece que la buscó luego de ser tristemente rechazado por la mujer que de verdad quería. Kika es el colchón que amortiguó la caída de Corcho, un colchón viejo al que por salvarlo, le agarró muchísimo cariño.

Me agradó este final, la verdad. Dejar de ver sufrir a Corcho fue un alivio, porque ya estaba un poco cansada de su quejumbroso camino hacia un amor que no lo llevaría a ningún sitio. Me siento un poco mal por Kika, aunque supongo que ella también se habrá dado cuenta de su papel en la vida de Corcho. Aún así, por lo menos por lo que sabemos, son felices por esos momentos fugaces de su juventud.

domingo, 22 de mayo de 2011

Próximos al veintitrés.

No tengo ni un esbozo de idea de la importancia del número. No sé cómo llegamos al acuerdo de que sería importante.Bueno, la realidad es que sí lo sé. Lo que no sé es si (para vos) aún lo sea.

Me desperté pensando en todo lo referente a ello. Todo lo que quería decirte, pero a la vez no quería. ¿Acaso debía esperar a que lo mencionaras para saber si seguía siendo relevante? Creo que esa era la opción más sana. Aunque para vos ya había llegado, yo aún rezaba por encontrar una respuesta en las 2 horas que restaban para el desgraciado momento en el que la pantalla me gritara VEINTITRÉS.

La verdad es que sí hay -por lo menos- un par de cosas a resaltar. Nosotros bien lo sabemos. Eso es, menos mal que sólo vos y yo lo sabemos. Cada instante previo era como la emoción de la noche antes de navidad. Esa expectativa, la incertidumbre, el momento en el que mi corazón, sin preguntar, se saltaba un latido y yo moría un poco al darme cuenta por ese vacío repentino que sentía en el pecho. Me encantaba sentir cómo recuperaba el paso y esperaba ansiosamente el próximo momento en el que aquel pequeño defecto de fábrica  viniera a recordarme que estaba viva.

Son veintitrés. Seis veintitrés. Qué rapido se desenvuelven las cosas. Y ahora probablemente veintitrés mil kilómetros son los que nos separan (oh, sé que es exagerado y la cifra es aproximadamente veintitres veces menor). Allá donde está tu corazón, tal vez allá sea donde acabes. Quizás veintitrés sean las veces que pueda ver tu rostro más allá de estas pantallas en lo que me queda de vida. O veintitrés sean los años que tardaremos en saltar todos los obstáculos que se posan frente a nuestros ojos. Quizás veintitrés fueron los besos que pudieron ser vistos, o veintitrés flores pensé en darte hasta que recordaba las alergias.

Seis veintitrés, mil veintitrés, ¿qué diferencia existe? Por momentos quisiera leer tu mente. Por momentos (a veces tan eternos momentos) quisiera veintitrés veces volver a nacer sólo para volver a conocerte.

De vos amo todo, de vos quiero todo. De vos y de cada veintitrés se enamoró mi corazón.

lunes, 16 de mayo de 2011

Pánico en el reflejo.

Todas las noches era lo mismo. Mirar por la ventana y observar fijamente ese reflejo que a la vez la miraba a ella. Era esa mala costumbre de pensar y pensar en lo que podría pasar mientras se miraba a sí misma. No había situación que no hubiera imaginado, no había conversaciones sin practicar, no existía ni la mínima duda de que sin importar lo que pasara, estaría preparada. Pero ¿para qué, si nada es real?
Miró fijamente sus ojos, hartos ya de ser ese muro de contención para la marejada que se acumulaba detrás. No lo entiendo, pensó, no sirve de nada pasar la vida preguntándome qué hubiese sido. Y a pesar de repetirse esta frase como su ley de vida, incluso más veces de las que recordaba que debía respirar, parecía resbalar por su cerebro como si éste estuviese cubierto de una sustancia viscosa que ni por error permitiría que ese pensamiento se plantara allí. 
Es posible que jamás lo entienda. Es posible que viva día a día preocupada por lo que vendrá después, pero lo que es más posible de todo, es que muera mañana sin ser capaz de entender lo que pasó hoy.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Brittany: ¿El Corazón Delator? ¡Amo las novelas románticas!
Daria: Sí, nada dice "Se mío" como un corazón latente bajo las tablas del piso.

Vamos a tomar Horchata en diciembre.

Así es. Vamos a embriagarnos con Horchata. Vamos a tomar tanto de ese espeso intento raro de chicha (para mi que soy inculta y nunca la he probado) que nuestros cuerpos exploten de gordura. ¿Qué más se supone que iba a decir esta entrada? Realmente la inspiración se fue igual que la cucaracha que anoche convivió secretamente conmigo mientras entraba en una pequeña crisis hormonal. Desapareció. Cuando la busqué en la mañana, no había ni el mínimo rastro de ella.
Debo escribir sobre un miedo. ¿Un miedo?, ¿de verdad? Tengo miedo a que mi blog fracase. ¿O no? Puede que fracase, pero no le temo a eso. Le temo a los tigres de bengala. Creo. No, le temo a las cucarachas que vuelan y se pasean sobre mis libros mientras encuentro el momento preciso en que no me vean para huir con la esperanza de no volver a verla jamás.
Eso, creo que tengo miedo de verla otra vez. No a la cucaracha, por supuesto, ella ya no me importa. Tengo miedo de volver a cruzarme con el miedo irracional a -inserte aquí elemento de su preferencia- y a que cada vez me ataque más frecuentemente. El miedo. Exacto. A eso le tengo miedo.
Bienvenidos.
Bienvenue.
Benvenuto.
Willkommen.
Welcome.