domingo, 18 de septiembre de 2011

Tiempo.

Creemos que el tiempo no se acaba. Quizás sea así. El tiempo no se acaba, el tiempo se nos acaba.

Cuando nos vemos sin límites de tiempo, damos las cosas por sentadas. Pensamos que cada segundo que dejamos atrás se repondrá más adelante.
Cuando nos vemos sin límites de tiempo, nos hacemos promesas, decimos cosas que pensaríamos dos veces si supiéramos que en realidad el reloj está andando sin preguntarnos.
Cuando nos vemos sin límites de tiempo, lo perdemos en angustias, en tristeza, en peleas.
Cuando nos vemos sin límites de tiempo, esperamos otro día para hacer lo que queremos, para expresar lo que sentimos, para hacer ese movimiento que estabas posponiendo sólo porque pensaste que ya llegaría el instante preciso.

En el momento en el que entiendes que no hay tiempo, te das cuenta de que cada día que pasa y no sonríes, es un día que tú mismo te quitas de tu felicidad.
En el momento en el que entiendes que no hay tiempo, te das cuenta de que a las palabras se las lleva el viento, que lo que vale son las acciones y que debes pensar antes de poner un pie frente al otro y darle la espalda a lo que quieres por un simple capricho.
En el momento en el que entiendes que no hay tiempo, cada lágrima vale mucho más, pero cada sonrisa también.
En el momento en el que entiendes que no hay tiempo, haces lo posible por invertirlo en lo que deseas, todo eso que de verdad vale la pena para ti.

Entender que no hay tiempo cuesta un rato. Entender todo lo que esto significa cuesta mucho más.

Lo siento, cada paso que di para alejarme fue una pérdida de tiempo. Ojalá pudiera tenerlo de regreso, pero ahora sólo me queda esperar a que me disculpes e invertir el que nos queda en reforzar lo que nos une.

No hay comentarios:

Publicar un comentario